Es bueno que el grupo de los “ex-secretarios de energía” haya salido a expresar sus críticas y advertencias sobre la conveniencia o no del contrato con China para adquirir una nueva planta nuclear. Lo destaco porque, más allá de coincidir con mucho de lo que ellos expresan, marca una saludable actitud: no estamos obligados a la unanimidad de opinión en materia nuclear y se trata de un tema que, como tantos otros, es opinable; es una área donde deben ser bienvenidos los matices.
En Argentina, lo nuclear ha sido por muchas décadas, diría que demasiadas, parte de un “sentido común” que no debía ser puesto a discusión. Formaba parte de ese conjunto de ideas que no admiten ser puestas en duda. Hacerlo significaba, casi seguro, que a uno le cabiera el mote de “antipatria”, “anticiencia”, o era acusado de querer desmerecer “lo mejor de la Argentina”. Pues no, no es así. En el sector nuclear hay mentes brillantes y grandes trabajos, claro que si, pero también abundan algunas tremendas chantadas, negociados, mentiras monumentales y pifiadas históricas.
Todo lo anterior se oculta bajo una pretenciosa coartada que es asociar de manera indivisible a lo “nuclear” con la misma “ciencia argentina”. Esa premisa es inaceptable. Cuestionar la energía nuclear no es cuestionar la ciencia; querer poner racionalidad o dar de baja un presupuesto para una planta atómica no es sinónimo de desfinanciar a la ciencia. No es así. Hay que desacralizar a la energía nuclear.
Cali
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