Esta es una nueva versión del artículo publicado aquí el 15 de mayo pasado. Aprovecho este Día Mundial del Medio Ambiente para compartir nuevamente esta reflexión en una versión un poquito ampliada y mejorada (Cali, 5/6/16)
Se suele denominar como “poderes fácticos” a aquellos que ejercen su poder de influencia social sin que sea necesario un ejercicio explícito de tal capacidad y que, además, suelen estar bien consolidados y arraigados en el entramado institucional. Me quiero referir aquí a esos poderes “detrás de escena” sin estar pensando en ningún “poderoso” o “grupo de poder” en particular. Me refiero aquí a aquellos valores e ideas que verdaderamente nos gobiernan y que tienden, naturalmente, a su auto-perpetuación. Es el lugar en el que nuestra imaginación está habituada a permanecer, la conciencia dominante, esa “abuela que regula el mundo”, como dijo alguna vez Luis Alberto Spinetta.
Me refiero a ese sistema de creencias, valores, relaciones de poder y de explotación de la naturaleza que nos ha traído hasta aquí, hasta la actual situación global. Situación global que con sus éxitos y sus contradicciones, hoy nos coloca en una coyuntura compleja que se agiganta día a día. Algunas de esas contradicciones insalvables se están convirtiendo en verdaderas barreras a la factibilidad de permanecer en el mismo rumbo de desarrollo que nos condujo a la situación en que hoy estamos.
Los límites del planeta, los límites de la naturaleza, se encuentran ya superados en varios sentidos y estamos complicando la viabilidad del “sistema” tal como lo conocemos hasta hoy. Me refiero por “sistema” al mundo surgido de la primera y segunda revolución industrial, con sus instrumentos de producción, su sistema energético, nuestro vínculo instrumental con la naturaleza y su ideología del desarrollo económico infinito. Todo eso hoy está bajo cuestión y son muchas más las dudas que las certezas en cuanto a su validez hacia el futuro.
Sin embargo, las evidencias, los pronósticos y el crudo diagnóstico que nos brinda la ciencia parecen aún no ser suficientes para tomar la presente crisis seriamente.
Continúa siendo muy fuerte la creencia de que con unos pequeños “retoques” todo puede mejorar. Seguimos actuando como si se tratara simplemente de satisfacer la demanda de algunos “quejosos” y así se podrá, entonces, seguir adelante. Así es como vienen actuando la corporación política, el mundo de la producción y los medios de comunicación. En todos ellos se hace presente un poder “fáctico” que opera de manera reactiva frente a la necesidad de cambio.
Quizás como ningún otro ejemplo, el cambio climático nos enfrenta con nosotros mismos y las consecuencias de nuestro accionar colectivo. Nos enfrenta con nuestro propio seteo mental que, a pesar de la fuerza de las evidencias, nos induce a continuar pensando en mantener el paradigma vigente. Es como si quisiéramos resolver el gran lío climático con un “poquito de esto” y otro “poquito de aquello otro”, sin que eso nos distraiga demasiado de “lo que es verdaderamente importante”: sostener el “business as usual”, aunque los números digan otra cosa.
Los números climáticos son claros. Para mantenernos debajo de los 2°C de aumento de la temperatura global podremos emitir una cantidad aproximada de 1000 GtCO2eq, ese “presupuesto” lo agotamos en apenas 20 años al ritmo actual. Si adoptamos la meta de 1,5°C, tal como sugiere el reciente “Acuerdo de París”, ese budget es apenas de 550 GtCO2eq y lo consumimos en apenas 10 años. Debería ser claro que no hay ni la más remota posibilidad de cumplir el objetivo climático si no estamos dispuestos a hacer las cosas de un modo muy diferente al actual.
He escrito últimamente bastante sobre algunas de las líneas de acción que debemos adoptar si queremos estar en línea con lo que la ciencia climática nos indica con claridad o lo que implica la letra del reciente Acuerdo de París. Procuro mostrar que la era del petróleo tiene ya fecha de vencimiento, que no hay más margen para seguir deforestando o destruyendo ecosistemas, entre otras muchas cosas. Pero, por lo general, la aceptación o la comprensión intelectual sólo alcanza un nivel superficial. Un nivel que aún no es suficiente como para actuar acorde al desafío y, por lo tanto, volvemos a las recetas conocidas, que por lo general es ignorar todas las señales que tenemos delante nuestro y seguir como si nada.
Recientemente tuve un interesante intercambio epistolar con un colega vinculado a las energías renovables. El tema era que este colega señalaba que había que evitar el “fundamentalismo” y apelaba a impulsar una tranquilizadora “diversificación de la matriz energética”. Es un ejemplo de lo que llamé antes, “hagamos un poquito de cada cosa” y estaremos mejor. Autoengaño. Sabemos que eso no alcanza. Y hago esta referencia con el mayor de los respetos por este colega, sin poner en duda su honestidad.
Quizás, unas décadas atrás, ese tipo de expresiones fueran apropiadas. Pero hoy ya no. Hoy debemos dar vuelta como a una media la matriz energética. No basta con poner un poquito de renovables. Debemos pasar rápidamente de un casi 90% de hidrocarburos a cero en menos de 4 décadas. Pero eso es tener que pensar en otra sociedad con nuevas fuentes energéticas, otros modos de almacenarla, distribuirla y consumirla, otros modos de hacer negocios con la energía, se desplazan centros de poder, se desplazan industrias, se desplazan empleos, se desmoronan economías basadas en el petróleo. Todo muy complicado para pensarlo mientras tratamos de ponernos de acuerdo en los mil problemas que el corto plazo nos demanda. Obvio, gana la coyuntura. Obvio, gana la tentación de seguir haciendo política como si lo que hoy conocemos seguirá para siempre. Pero es un engaño.
Percibo que aún a pesar de la alta sensibilidad que han alcanzado en la sociedad las cuestiones ambientales, la recurrencia incesante a esta cuestión en los discursos políticos, y más aún, hasta las frecuentes buenas y serias intenciones por hacer las cosas seriamente, todo eso choca contra un poder constituido inamovible: no hay otro libreto político/mental válido para hacer las cosas de otro modo.
Algo similar ocurre cuando hablamos de los residuos y la necesidad de recuperar materiales que cada vez están siendo más escasos y difíciles de obtener. Miles y miles de toneladas de residuos salen todas las noches en camiones desde nuestras ciudades y terminan siendo volcadas en grandes rellenos o basurales donde son enterrados. Enterramos recursos naturales que implicaron destrucción de ecosistemas, paisajes, hábitats de especies, enorme gasto de energía y también contaminación.
La “huella ecológica” mide nuestro impacto en el planeta en relación al uso que hacemos de la capacidad de reposición natural que tiene éste. La misma nos indica claramente que estamos yendo a la bancarrota. Cada año deterioramos más el capital natural, es decir, la capacidad de los ecosistemas de brindarnos sus servicios ambientales. Cada año dejamos un planeta con menor capital natural para el siguiente año. Hoy consumimos como si tuviésemos disponible un planeta y medio. Ese medio planeta demás, es consumo destructivo.
El sobreconsumo se acelera y vamos a consumir 3 planetas para el 2050, en 35 años. Nada indica que vayamos a frenar esta carrera, porque seguimos pensando en la intensificación y expansión de todas las actividades de producción agrícola, pesquera, forestales, etc. Imaginemos si queremos incorporar un poquito de equidad en un planeta donde cerca de 2 mil millones de personas miran como los otros 5 mil millones se consumen el “planeta y medio”.
Se estima que en 2010 ingresaron a la “economía” unos 65.000 millones de toneladas de insumos naturales de todo tipo (minerales, biomasa, etc.) Toda esa cantidad de valioso material natural es consumida y luego desperdiciada como basura. Cuando pensamos en reciclar o recuperar algo de toda esa
riqueza empezamos a diseñar programas de reciclado, como eso nos obliga a usar una lógica que se suele denominar “economía circular”. Esto implica repensar una serie de cuestiones en materia de producción y consumo, entonces, la solución que más fácil nos sale es “un poquito” de reciclado y el resto lo metemos en incineradores y chau! Seguiremos consumiendo por encima de nuestra huella ecológica hasta que la escasez haga estragos
Creo que estos son algunos buenos ejemplos de situaciones que nos encontramos en un límite, en las que es esencial cambiar el rumbo. Y sabemos qué rumbo debemos tomar, sabemos qué cosas debemos poner en marcha y qué cosas dejar de hacer. Y sabemos además cuánto tiempo tenemos disponible y sabemos también que es bien poco. Lo que no sabemos es como salimos de la “lógica” que supone que, repitiendo lo mismo de siempre, lo lograremos.
Así es que el “seteo” mental de la política no logra enfrentar estos desafíos y cae fácilmente en la seductora tentación de sostener la ilusión de perpetuar el “sistema”. Aunque problemático y lleno de imperfecciones, a este “sistema” lo conocemos y pertenecemos. Pero es una “ilusión”. No es viable.
No hay ninguna chance de perpetuar las cosas tal como vienen desarrollándose.
No hay chances de éxito si lo que procuramos es “cambiar” sólo un poquito. La encrucijada civilizatoria que afrontamos en este siglo aún no es percibida en su real magnitud por la mayoría de la dirigencia social y política. Existen síntomas alentadores, la inteligencia humana sigue siendo una fuente sorprendente de creatividad, pero la conciencia colectiva es la que tiene que funcionar, y rápido.
¿Cómo se acelera ese cambio colectivo? ¿Cómo entendemos que ese cambio se verá facilitado? ¿Quiénes son los catalizadores de ese cambio? ¿Cómo se los fortalece para ir sacando a la política de su zona de confort?
El debate está abierto…
[…] Fuente: http://calivillalonga.com/publicaciones/la-ilusion-de-perpetuar-el-sistema/ […]
Muchas gracias!