Historias y algunas reflexiones

Durante 16 años fue, director  político y de campañas en Greenpeace. Fue cofundador de la agrupación política Los Verdes. Actualmente preside la Agencia  de Protección Ambiental de la Ciudad  Autónoma de Buenos Aires. Pero hay más…

Abril 2015

¿Cuándo  y cómo surge tu interés por la temática ambiental?

Aparece coincidentemente con lo que estaba ocurriendo en el mundo que fue la irrupción  del movimiento ecologista, allá por la década del 70, comencé a mirar con atención lo que eso significaba, en aquel momento el movimiento ecologista comenzó a tener relevancia global. En la Argentina, aún antes de la dictadura, llegaba muy poca información, poca y fragmentada, pero aun así en mí causó mucho  impacto esa movida contracultural, insurgente y novedosa. Esa información venía muy asociada a los consumos culturales de la juventud de aquel momento, básicamente relacionado con la movida contracultural del rock. Después, durante la dictadura, lo poco que nos llegaba de datos y de información sería entonces muchos más fragmentada aún.

Así me surgió la idea de unirme a la movida de hacer revistas «subtes» y publicaciones cuyo público, en Rosario, no pasaba de unas trescienteas personas. En ese momento teníamos 18, 20 años.

Esas publicaciones se llamaban revistas “subterráneas”, había algunas muy emblemáticas, que sobresalían por el nivel de profesionalidad comparado con el resto, como el “Expreso Imaginario”, o la “Mutantia”, que vinculaban una cantidad de temas emergentes, que no eran los convencionales dentro de la política tradicional. En esas revistas estaba lo ecológico como un elemento fuerte, no era sencillamente una cuestión de episodios puntuales o simples noticias sobre situación particular con alguna especie animal o un ecosistema en riesgo, lo “ecológico” aparecía como una crítica frontal, muy radical al estado de las cosas en el mundo. Al cual, por supuesto, queríamos cambiarlo!.

Así que mi acercamiento a  lo ambiental podría calificarlo como  muy ideológico y político.

En esos años, creo que en 1980, hubo un episodio importante, fue la aparición en Alemania del Partido Verde que ganó entonces y ganan entonces los primeros escaños dentro del parlamento. Cuando vi fotos de tipos con el pelo largo, entrando descalzos en el congreso alemán fue una imagen fuerte. Estamos hablando de años en que vivíamos en plena dictadura militar aquí, te imaginarás que la información, insisto, llegaba débil, y limitada, pero igual, nosotros teníamos nuestros canales de información “underground”. Esa noticia de Alemania, en particular, me pegó fuerte. En ese momento, claramente me di cuenta que mi decisión en el plano político y social iba a ser desarrollar ese tipo de militancia. Todo eso se traducía, en aquellos años, en la producción y publicación de revistas, algo muy extendido en esa época entre los integrantes de mi generación. Escribíamos las notas, las editábamos y luego las vendíamos en los recitales. En ellas se mezclaba ecología, cultura indoamericana, poesía y, por supuesto, música.

En esos años teníamos en Rosario un punto de encuentro muy frecuentado al cual acudíamos a conectarnos con otros que era el bar “Saudades”, un bar que estaba a una cuadra de la facultad de filosofía, en donde nos encontrábamos los que estudiaban teatro, los que hacíamos revistas, los músicos, completos desconocidos en aquellos años como Baglietto, Fito o Claudio Cardone (tecladista de Spinetta por años).

En ese lugar pasábamos horas en una especie de bohemia y resistencia cultural. Éramos capaces de estirar un café desde las nueve de la noche hasta las cinco de la mañana. Y lo bueno era que a lo mejor, desde las doce hasta las dos de la mañana habías estado hablando con alguien sobre la nota que estabas escribiendo, entre las dos y las tres estabas con los músicos conversando sobre discos (un recurso muy escaso entonces) y de cuatro a cinco, hablabas de la “pálida” de aquellos años, y así habías atravesado un universo de mundos y actividades, todo en una sola noche. Era una época muy difícil pero al mismo tiempo la convertimos en algo muy rico para nosotros creando nuestros espacios.

Compartir libros era muy difícil, estaban todos encanutados, nadie sacaba ni mostraba nada. Yo tenía, y aún conservo un original de “La imaginación al poder” en español, una primera edición, muy rústica. Pasó por varias manos, no sé cómo todavía lo tengo, un milagro.

Esa “ideología” que mencionas resultaba muy avanzada para esa época.

Era diferente a todo. Era claramente una ideología contracultural. No coincidíamos con la izquierda tradicional, ni estábamos con la “sociedad” en la que vivíamos. Convivíamos con peronistas, trotskistas, los militantes del PC, los pro-chinos. Éramos un montón de gente, y estábamos bastante locos. Yo pregonaba la onda pacifista, la no-violencia, la ecología, en fin; era eso lo mío, las discusiones eran eternas y había que esgrimir fuerte para sostener esas conversaciones. Creo que buena parte de mi energía y ganas por las polémicas infinitas la gasté, o la invertí, mejor dicho, en aquellos años.

Juan Carlos Villalonga

¿Cómo era pensar de ese modo durante Malvinas?

El capítulo Malvinas fue muy traumático. La sociedad enloqueció y los sectores politizados a mi alrededor salieron a hacer campañas, con sus diferentes matices, pero se sumaron a esa locura. Algunos nos quedamos más solos que nunca. Repito, fue muy traumático. Claramente  yo no me sentía para nada representado por el supuesto radicalismo de algunos sectores autodenominados de izquierda.

Cuando volvió la democracia, después de la debacle de la guerra, todos los de mi generación estábamos deseando que llegase el momento para actuar en política. Muchos de mis compañeros decidieron pasar a la militancia en algún partido político. Yo había decidido dedicarme a conformar lo que en ese momento era el incipiente movimiento ambientalista en Argentina. Durante el año ’83 y ya en el ’84 aparecieron, como hongos después de la lluvia, las ONG por todo el país. Mucha gente cree hoy que lo ecológico se puso de moda hace poco tiempo, pero quien haya vivido en esos años pudo ver la explosión del movimiento ambientalista en la Argentina. Fue una salida a la superficie de lo que estaba a punto de explotar antes, lo que había estado en estado potencial durante la dictadura.

Nosotros éramos la generación inmediatamente posterior a quienes habían sufrido de manera directa y salvaje la represión. No habíamos sido politizados en los términos del “setentismo”, fuimos muy jóvenes durante la dictadura, pero vimos los espectros de una generación aterrorizada que había visto desparecer a amigos, a compañeros de estudio, a parientes. Eso lo veíamos en la Facultad: los que estaban un par de años adelante nuestro, eran sobrevivientes, no querían ni hablar con nosotros, el terror se respiraba en los pasillos.

Un tramo difícil para ser un libre pensante

Muy difícil, pero me hizo valorar mucho las afinidades con algunas personas. Eran épocas en las que tenías pocos amigos y teníamos que cuidarnos entre nosotros. No era fácil hacer nuevos amigos, en el grupo íntimo no dejábamos que aparecieran “nuevos”, más cuando uno estaba en alguna actividad que pudiera estar en el foco de la atención de los Servicios. Uno trataba de que tu círculo no se ampliara. Tratábamos de no exponernos a hablar con gente que no conocíamos, así se vivía. Por supuesto, esto es lo que me tocó a mí, nada comparado a lo que sufrió la generación previa: una masacre.

¿Cuándo conformás tu primera organización?

En el año ’84 formé el primer grupo ecologista al unirme a la convocatoria de otros dos amigos que eran cercanos a “Acuarela”, la revista que editábamos. Era una agrupación muy radical en el sentido que combinaba lo verde con un compromiso de cambio social e individual profundo.

El clima de época era  muy fuerte, con la explosión de las juventudes políticas como la franja morada, la federación juvenil comunista. En fin, todos los partidos políticos tenían un fuerte componente juvenil. La gente jóven se volcaba a la política porque no la habíamos vivido. Por lo menos no como práctica real.

Personalmente, nos decíamos “aprovechemos, loco, que esto dura poco». Por la democracia débil; creíamos que podía ser efímera. Mientras tanto, y luego de ayudar fugazmente a la conformación del Partido Intransigente (PI) en Rosario, me dediqué a formar ese primer grupo ecologista que se llamó Ecoenlace, un grupo con que hacíamos, como parte importante de nuestro compromiso, mucho trabajo en las villas. Nos proponíamos también un cambio de conducta individual, de salirnos de la sociedad de consumo. Teníamos el plan de una comunidad y empezaríamos por compartir nuestros ingresos económicos, es decir vivir como en una cooperativa. No pasamos de compartir los libros y los discos.

Volviendo a lo social, no olvidemos que, cuando Alfonsín asumió, la proliferación de villas y pobreza era muy grande y la necesidad de salir a ayudar era enorme. Casi todas las agrupaciones políticas y sociales se dedicaban a organizar copas de leche, ayuda educativa; había mucho trabajo asistencial y de ayuda. Teníamos un grupo de amigos que estaba en la red huertas infantiles que se llamaba “Verde Esperanza”, un movimiento que tenía como objetivo generar huertas para producir alimento comunitario.

“Ecoenlace” se extinguió apenas al año de existencia porque en el verano del 84 al 85, al cumplirse el primer año de la presidencia de Alfonsín, se produjo un reflujo de la dictadura y comenzó a haber una serie de episodios de mucha violencia. Alfonsín ya había arrancado con los juicios a las juntas y eran muy fuertes las escenas de descubrimiento de los centros clandestinos de detención, los cementerios y las fosas de NN.

Ese primer año de Alfonsín fue muy duro porque, si bien la dictadura había dejado el poder, estaba toda la estructura aún armada de los Servicios de Inteligencia. Las pistolas estaban todavía calientes.

Los juicios a las Juntas militares empezaban a avanzar y hubo todo un reflujo que se dio por medio de bombas, amenazas e intimidaciones a jueces, fiscales y abogados que llevaban causas de derechos humanos. Uno de los elementos que apareció ese año fueron las intimidaciones a las organizaciones sociales. Mi grupo fue uno de los amenazados, fuimos perseguidos de manera fuerte ese verano, fue un fin de año terrible.

Éramos jóvenes. Yo tenía 24 años, pero había chicos en el grupo, y como era un proyecto comunitario, estaban los hijos de algunos. Recuerdo que luego de un cena de fin de año con gente de otras organizaciones volvíamos con mi pareja a mi casa -a la una o dos de la mañana- en el colectivo. Subió una persona que mostró una credencial y pasó sin pagar, se paró adelante nuestro un par de minuto que duraron una eternidad, para dejarnos en claro que nos estaban vigilando. Esa misma noche a otra pareja del grupo, también los amenazaron mostrándole armas al llegar a su casa. A los pocos días recibí anónimos en mi casa. Tenían todos los datos, evidentemente nos habían pinchado los teléfonos.

Era una situación muy difícil, en donde quedaba expuesta y en riesgo gente muy joven y sus familias. Recuerdo que fuimos a hacer la denuncia ante la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y al otro día vuelven más amenazas por esas reuniones con la APDH. Es decir, todos mis movimientos estaban siendo vigilados.

La presión fue tanta, que en una reunión grupal durante enero, se decidió que “Ecoenlace” debía disolverse.

De los tres referentes de ese grupo, yo decidí mandarme a guardar al menos por un año. Otro se fue a vivir a Villa Giardino (Córdoba) con su familia, y el otro se volcó a la militancia sindical de los metalúrgicos, por lo menos dentro de un paraguas más protector. En ese breve tiempo aprendí muchísimo con ellos dos. Les debo nucho, ellos no se imaginan lo que me regalaron en conocimiento  a través de todas la conversaciones que tuvimos.

Mi idea era mantenerme sin movimientos por un año, pero a los cuatro meses ya estaba creando otro grupo que fue el “Taller Ecologista” como “grupo de estudio”.

Esa fue la prehistoria de mi inicio como activista verde. El “Ecoenlace” fue fundamental para mí, fue una fuente de conocimientos increíble. Ese fue el primer capítulo de mi historia, que va desde mediados del ‘83 a enero del ‘85, mi anterior etapa “underground” va desde el 80 al 83.

¿Cómo seguís luego de esa época en que afianzaste tu ideología?

Para seguir rememorando las distintas etapas, es importante recordar las condiciones en las que sucedió el gobierno de Alfonsín y de dónde veníamos. Digo esto porque ahora pareciera que aquello fue fácil. No lo voté a Alfonsín, pero considero que su figura se va agigantando a medida que pasan los años. Las condiciones en las que gobernó a la Argentina eran increíbles.

Para dar un ejemplo sencillo, recuerdo que en febrero del ’85 -esto lo recordé hace poco en mi blog- vino por primera vez «Yes» a la Argentina. Se iba a hacer un recital en Vélez, otros en de Mar del plata, Córdoba y Rosario. Los del interior se suspendieron porque hubo amenazas de bombas y de todo tipo. La juventud peronista, por un lado; también un comando que se llamaba 2 de abril, por el otro. «Yes» era el primer grupo inglés que llegaba a la Argentina después de la guerra de Malvinas y los grupos fachos, de derecha o izquierda, que son lo mismo, empañaron esa fiesta. Demostraron la escasísima visión, la falta de interpretación de todo, esa lógica rudimentaria; al punto de amenazar con violencia, una locura. Así era la democracia hace 30 años.

Sin dudas, la ignorancia está implícita en cualquiera que tenga este tipo de pensamientos.

Volviendo a mi historia, como dije antes, la idea de pasar un año “bajo tierra” sin hacer nada para que se olvidaran de mí, duró muy poco. A los pocos meses de mi encierro autoimpuesto volví con más fuerzas y ganas. En mayo nos juntamos con Elba Stancich, con quien actualmente estoy en Los Verdes, y juntos creamos el grupo que se llamó  “Taller de Estudio y Educación Ecologista”. Nuestro objetivo era  juntar gente y prepararnos para cuando las condiciones mejorasen. Así empezamos a hacer trabajo de lectura, talleres, todo en horarios nocturnos, cuando podíamos. Pero al mes ya nos largamos a hacer campaña, porque en ese momento apareció en escena el senador por Santa Fe Luis Rubeo, con la idea de construir una planta nuclear en Timbúes. Así arrancamos como grupo antinuclear y aprendimos mucho haciéndola. Además, la ganamos. Es de destacar que, felizmente, el Taller Ecologista es una organización que sigue hasta hoy, y surgió como un simple ámbito de estudio.

Así que lo “ecologista”, la defensa de la naturaleza lo abracé como un valor en sí mismo, no es que me motivó un aspecto particular o una amenaza específica, el oso panda, la ballena o el pingüino, no lo desmerezco, a muchos esos hechos puntuales la sensibilizan, pero lo nuestro era netamente político-ideológico. Lo ideológico era “estamos destruyendo la naturaleza y el factor destrucción es el modelo de desarrollo”.

Ahí termina otra pequeña etapa de la historia, la  de estar guardado y volver con más fuerza, El taller siguió por mucho tiempo más realizando actividades de capacitación. Era un mundo totalmente distinto en 1985,  no había Internet, ni celulares ni nada, lo que había, se compartía. Hoy, por ejemplo,  uno de los tesoros más valioso que tengo son cerca de 60 carpetas de recortes de cuestiones nucleares que  conservo de aquella época, recortes valiosos porque son de la época pre-Internet. Tengo ese tesoro guardado, que sigo incrementando y  que cada tanto recurro a ellos, cuando el tema nuclear se mueve, entonces saco mis propios “carpetazos”.

¿Qué pasa después del Taller Ecologista?

Estuve en el Taller Ecologista por casi 10 años, hasta el año ’94. Debo señalar que  fue una época sumamente pionera, donde el ambientalismo irrumpía en todas las provincias, era muy fuerte, se formaban muchas organizaciones, lo que decíamos era algo inaudito, no era común. Era un discurso de ruptura, hablar de otras formas de energía, otras formas de hacer agricultura, cuestionar la manera de ver el desarrollo. Cuestionar la destrucción tanto por derecha como por izquierda, nos convertía en algo distinto y, un poco, en parias políticos. Estoy hablando de un mundo en donde aún existía la Unión Soviética.

En aquel momento si vos cuestionabas la destrucción ambiental en un país occidental, la acusación era que eras de izquierda, pero los ecologistas que intentaban actuar en un país de la órbita soviética eran personeros del capitalismo; éramos molestos en ambos lados. El ecologismo del lado del bloque soviético no tenía capacidad alguna de existencia, pero aun así, aquellos que lograban hacer sus publicaciones o tener alguna visibilidad o incidir en organismos internacionales que cuestionaban lo que pasaba del otro lado del muro, como era el caso de la seguridad nueclear, eran todos representantes de la «derecha» y el «capital».

La crítica a ambos modelos de desarrollo era feroz. La prédica verde por humanizar la sociedad, no exaltar el culto al derroche o la acumulación de riquezas, nuestra prédic por aquello de que “Lo pequeño es hermoso”, constituían un mandato humanista y racional, de ningún configuran, a mi juicio, una ideología de izquierda. Porque además, los valores humanistas de la izquierda se quedaban en los libros, el socialismo real era algo bien distinto.

Recuerdo que uno de los volantes que más utilizábamos en el Taller Ecologista se preguntaba “¿Qué es ser ecologista?”, decía que cualquier intento de autodefinirnos era traicionarnos a nosotros mismos, había que dejar que nos califiquen, los que nos tenían que calificar lo harían de las maneras más insólitas, lo iban a hacer ser las corporaciones, la policía, la derecha, la izquierda, ellos nos iban a llenar de etiquetas, nosotros no podíamos etiquetarnos en absoluto. Era un artículo fabuloso escrito por el colombiano Wilches Chaux, era nuestro paper de cabecera, y creo que es un escrito aun plenamente vigente. Creer que ser ecologista es ser de derecha o izquierda es una reverenda tontería, todavía percibo esos prejuicios.

…aunque mucha gente asimila al ecologismo con una posición anti-capitalita

Actualmente, por ejemplo, por el hecho de presidir la Agencia de Protección Ambiental (APrA) de la Ciudad de Buenos Aires, algunos me señalan como si me hubiera convertido de derecha, como si alguna vez hubiera sido de izquierda. Siempre fui ecologista y tengo esos valores, voy a estar donde esos valores puedan ser desarrollados y puedan crecer.

En los últimos tiempos ha recrudecido eso de que el ecologismo debe ser de izquierda, más te diría, el ecologismo que siempre practiquétiene más que ver con el anarquismo, yo soy, si me pongo en lírico, un anarquista romántico. Mi referencia intelectual más fuerte de esos años fue Murray Bookchin.

De hecho, cuando el Taller Ecologista comienza a tener visibilidad, comienza la necesidad de tener un local propio, entonces nos juntamos con los grupos anarquistas de Rosario. Siempre compartimos locales con agrupaciones anarquistas, no porque adhirieramos plenamente a esa ideología, pero nos teníamos simpatías y para mí eran gente maravillosa. Cuando sucedió el asesinato de la gente de Charlie Hebdo, en Francia, me conmovió y me recordó esa época de los ´80 con los anarquistas, porque yo estaba todos los días con ellos, teníamos nuestro espacio para el Taller Ecologista, y en el local que daba a la calle teníamos una biblioteca a la que llegaban revistas anarquistas de todo el mundo, recuerdo revistas muy similares a Charlie Hebdo.

Así que, si es por utopías radicales, me inspiré en esa gente. Ahora diría que soy, simpáticamente, anarco-pragmático.

Después del Taller, ¿Cómo llegas a Greenpeace?

Bueno, Greenpeace llega a Argentina en el año ‘87, ‘88. Conocía a la gente que se fue sumando en esa época, trabajé mucho con ellos, en los años 90, 91 y 92. Siempre trabajé particularmente el tema energético. Conocía bien a la gente de Greenpeace Chile y Brasil y en 1994 me convocaron para unirme a Greenpeace Argentina para la campaña de energía.

En ese momento, Greenpeace a nievel internacional era una organización muy poderosa e inspiradora. Siempre dije que quien se dedicaba a lo que yo me dedicaba estar en Greenpeace es como para un jugador de fútbol pasar al Barcelona: Jugar con los mejores jugadores, el mejor césped, mejores botines. Fue una época buena porque  Greenpeace era muy chico, éramos una agrupación que no sumaba más de quince personas. Estábamos en calle Mansilla, entre Gallo y Agüero, aquie en Ciudad. Recién en ese momento comienza a hacerse grande y a tener muchos socios, lo cual le dio más envergadura a la organización local.

Recuerdo haberme quedado a dormir varias noches en la oficina, día a día apuntábamos a lograr que Greenpeace en Argentina fuera el Greenpeace que existía en el mundo, creo que lo logramos. Creo que en aquellos años formamos un “Drem Team” del que tengo hermosos recuerdos. Marcamos un antes y después en Greenpeace Argentina.

También marcaron diferencia en las acciones que realizaban y en la forma de comunicar.

Para mí fue la época más importante de Greenpeace. En 2005 nos mudamos al barrio de Chacarita y ya ahí era una organización con recursos, ya no pintábamos los carteles a mano la noche anterior a las protestas. Pasamos entonces a ser verdaderamente profesionales.

La gente se involucraba cada vez más en los reclamos de Greenpeace, y vos ocupaste un rol importantísimo como referente

Juan Carlos Villalonga-APrA-009

Por varios años fui una de sus caras más visibles. Disfruté mucho el tiempo que estuve allí. Te diría que en los diesiséis años que estuve en Greenpeace, la mayor parte de ellos fue una época muy feliz. En los últimos ya necesitaba hacer otra cosa. Mi cabeza ya andaba por otros lados. Sentía que los mayores desafíos que me había trazado para esa época los había cumplido. De ahí en adelante, lo próximo era pasar a hacer política verde.

Hoy le contaba a una persona de San Juan, en el COFEMA (Consejo Federal de Medio Ambienge), que la última protesta que hice en Greenpeace fue en febrero de 2011 para lograr que se reglamente la Ley de Glaciares. Cuando se reglamentó esa Ley se cerró un capitulo que tenía que ver con aquello que arrancó cuando volvió la democracia, cuando me  dije “no me voy a meter en un partido político porque hay que generar un movimiento ambientalista”.

En todos esos años en ONG pude compartir tiempos maravillosos con gente muy importante, con la cual tuve peleas, encuentros y desencuentros, con los cuales uno crecía, en cada asamblea había que sacar la espada y pelear, éramos bravos. Fue una etapa en la cual había que ganar la batalla cultural en la sociedad, la batalla por conquistar los deseos de la gente, mostrar que “lo ambiental es importante”. Creo que esa batalla se ganó, por ejemplo hoy tenemos leyes ambientales muy importantes, pero la gran deuda es que fracasa la política a la hora de implementar esas leyes.

Para mí es el momento de actuar desde el Estado, hoy la prioridad no es explicarle a la gente por qué es importante la dimensión ambiental de las cosas o motivarla para que lo demande. El paso a la política para mí ya era algo obvio. Es una opción personal, no quiero decir que todos deban hacerlo.

Creo que hoy ya no hay tantas organizaciones militantes como en los 80, hoy son más profesionales, especializadas, creo que el gran desafío del pensamiento verde es permear en la política pública.

Un desafío nada fácil….

No claro que no es fácil. Es  una etapa más sofisticada, sin duda. Pero a mi juicio es el lugar en donde se juega, de algún modo el destino del planeta, no se si la final, pero por lo menos, las eliminatorias.

Trato de no olvidarme las cosas que te he contado porque me da orgullo haber sido parte de lo que fui parte, haber puesto mi granito de arena en ese movimiento contracultural joven durante la dictadura, haber sido parte del incipiente movimiento ecologista en la Argentina, me da mucho orgullo haber estado en la etapa que considero en que explota la actuación de Greenpeace en el país y, ojalá, pueda sentir la misma satisfacción dentro de algunos años de la etapa que estoy atravesando.

Hiciste y seguís haciendo mucho en el ámbito ambiental, desde la década del 70 en adelante, entiendo  que sos un hacedor, alguien que lleva a la práctica lo que algunos imaginan pero no se animan. Esa es una actitud ante la vida que invita a que otros  se animen.

Hay algo de eso, en realidad el desafío y los emprendimientos siempre estuvieron presentes. Por ejemplo, cuanto tenía doce años, en mi pueblo, Juncal, creamos un club, queríamos jugar al vóley y no había donde hacerlo, entonces creamos el “Olimpia Voley Club”. ¿Qué hicimos? Éramos seis, teníamos que juntar más. Fuimos a Rosario, compramos una pelota, un reglamento y una red y empezamos a enseñar y aprender a jugar.

Hicimos un club en serio, cobrábamos cuotas entre nosotros y gente del pueblo, todo un sistema que nos sirvió para comprar lo básico y jugábamos en una canchita de tierra que armamos con dos troncos. Al poco tiempo estábamos jugando en el patio de la Sociedad Italiana, sobre mosaico y ahí ya compramos mesa de ping pong y el club fue armando su «sede». Para ese entonces la red ya tenía los parantes de hierro, pelotas profesionales y empezamos a jugar con otros pueblos. Finalmente, cuando me ya me había ido de Juncal, el Olimpia se fusionó con el club de fútbol, el Atlético Juncal, y hoy en Juncal se juega al vóley. Insisto, éramos seis cuando empezamos, y teníamos que salir a buscar otros séis para jugar un partido, metíamos hasta al que pasaba por la calle.

Fuiste un emprendedor de chico, te jugaste en cada etapa, ¿alguna experiencia traumática  te dejó la época más duras en los 70?

Más allá de lo que conté, durante la época que hacíamos Acuarela, la revista, yo creo que jugábamos siempre al borde de lo admitido para los tiempos. Recuerdo haber sido llamado por el decano de la facultad de ingeniería, en la que estudiaba, para tener una “amable” reunión, para explicarme que no debíamos repartir la revista en los pasillos de la facultad. Creo que nos tuvo lástima y en lugar de mandarnos la policía nos dijo que no la podíamos vender más y que si no teníamos un «padrino» político, no lo hagamos más. El tipo nos tuvo lástima y entendimos el mensaje.

Uno siempre jugaba al límite con lo que se podía publicar. Los límites que uno creía, porque no se sabía donde estaban realmente.

El mayor trauma de esa época fue cuando ganó el Premio Nobel de La Paz Adolfo Pérez Esquivel en 1981, yo era uno de los directores de la revista, y encargué una nota a un colega que militaba en las juventudes católicas y tenía vínculos con el círculo más cercano a Pérez Esquivel. La nota estaba muy bien, estábamos por mandar la revista a imprenta y, te digo que fue dramático tomar la decisión, la di de baja por el cagazo que nos dio. Tuvimos que  reemplazarla por otra nota. Ese hecho para mí fue un trauma, a lo mejor no pasaba nada, pero estábamos a la intemperie y tomé esa decisión horrenda, dar de baja una nota por temor.

El autor de la nota fue Antonio Sánchez quien ahora vive en el Bolsón, es maestro, y toda la vida le voy a pedir perdón por no haberle publicado su nota.

Para terminar esta entrevista en la que revisamos lo que construiste hasta ahora, me gustaría que sintetices cual es el desafió actual del pensamiento verde.

Yo creo que hoy el gran desafío del pensamiento verde es permear en el Estado, en la política pública. Hacer realidad un proceso de transición, que debe ser urgente, hacia una sociedad que tenga chances de llegar a la sostenibilidad. No tenemos mucho tiempo. Y soy optimista, creo en la inteligencia humana, a pesar de todo.


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Entrevista realizada por Alejandra Arancet.

Nota de la periodista: «No tengo dudas que Cali Villalonga tiene  el conocimiento, la garra y la actitud  necesarias para lograr este nuevo desafío».

Nota del entrevistado: Esta nota fue producto de dos largas entrevistas que grabamos con Alejandra en marzo de 2015 para su programa radial. Luego ella, gentilmente, las transcribió para que pudiera publicarlas acá. Durante ese año hice varias notas radiales con ella y luego no supe más nada. Pasado un buen tiempo me enteré que a fines de ese año había fallecido. Esta nota es un grato recuerdo que tengo de Alejandra.

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