Día de la Tierra: la celebración ciudadana

Versión original de esta nota se publicó en La Nación, 23/4/14

Por Juan Carlos Villalonga, 

Pte. Agencia de Protección Ambiental,

Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El “Día de la Tierra” tiene una historia muy particular ya que no fue institucionalizado ni por Naciones Unidas ni por ningún otro organismo internacional o gubernamental. Surgió al calor del movimiento pacifista y estudiantil en los Estados Unidos, en un clima de efervescencia social, en el que se estaba gestando una nueva agenda, la agenda ambiental.

Día de la Tierra de 1970 | Foto: Universidad de Michigan

La preocupación por el medio ambiente, hasta ese momento restringida a ciertos ámbitos académicos y especializados, comienza a registrar una notable expansión. Nacen las principales organizaciones ambientalistas, que luego alcanzarían una escala de actuación global, y surgen algunos textos como “Silent Spring” de Rachel Carson, que se convirtieron en emblemas de la época. En ese nuevo ambiente y luego de algunos intentos previos, la ciudadanía estadounidense se convocó el 22 de abril de 1970 a salir a las calles y a participar de numerosos foros callejeros, los famosos “teach-in”.

La iniciativa fue lanzada por el Senador demócrata Gaylor Nelson, quien llamó al activista John McConnell, miembro del movimiento pacifista, quien ya venía promoviendo la idea. Posteriormente fue sumado el Senador republicano Pete McCloskey, procurando un equilibrio político dentro del grupo promotor. Se estima que veinte millones de personas participaron de las actividades. Los tópicos eran de los más variados, por lo general, focalizados en los temas de contaminación urbana de origen industrial, aunque también en la descontrolada y deficiente gestión de los residuos urbanos.

Día de la Tierra 1970, Norwalk, California.

El resultado fue arrasador. No sólo por la dimensión de la convocatoria sino, además, por algunos de sus resultados inmediatos, tales como la creación de la Environmental Protection Agency (EPA) en diciembre de ese mismo año y una serie de nuevas leyes ambientales relevantes que marcaron un antes y después.

El “Día de la Tierra” se convirtió en un evento verdaderamente global desde 1990, cuando algunos de sus promotores originales, al calor de los preparativos de la “Cumbre de la Tierra” del 92, deciden relanzar la convocatoria a 20 años de la primera celebración. Desde entonces, cada año y en todo el mundo, es un día de movilización para ampliar el mensaje ambientalista e involucrar a cada vez más ciudadanos.

Los temas ambientales se han multiplicado a lo largo de los años, y muchos de aquellos señalados en 1970 siguen estando en la agenda, ahora más agudizados. Este año, el foco central del Día de la Tierra es “Ciudades Verdes”: energía, movilidad, cambio climático y gestión de residuos.

Buenos Aires fue la primer ciudad de América Latina en alcanzar una legislación de gestión de residuos bajo este nuevo paradigma. Fue recién en 2005, y gracias al trabajo de organizaciones de la sociedad civil y legisladores, que se comenzó a transitar un proceso del que no se debe retroceder. Si bien el cambio está llevando tiempo, quizás más de lo que esperábamos casi 10 años atrás, ya no hay dudas de que es el adecuado. Enterrar la basura o destruirla mediante procesos térmicos a altas temperaturas es sencillamente profundizar un modelo de destrucciónde recursos en un planeta en crisis.

Avanzar en la separación en origen; recuperar materias primas y reciclar residuos orgánicos; responsabilizar a los fabricantes por los productos que colocan en el mercado y sus residuos, son asuntos que aún hoy nos desafían. Existen, claro está, alentadores avance, pero nos encontramos aún con muchas tareas pendientes. Y en este sentido el reto que tiene la Ciudad de Buenos Aires es trascendental, no sólo por la escala del sistema, sino además por la experiencia que podrá aportar a otras ciudades del país.

Día de la Tierra 1970, New York

Hoy Buenos Aires puede mostrar una disminución muy importante en la cantidad de residuos que se envían a rellenos. Pasamos de unas 6.000 toneladas diarias a manos de 4.000. Esto muestra que las acciones serias y sostenidas en el tiempo dan resultados. Ahora el desafío es reducir es cantidad a la mitad en los próximos meses. En buena medida dependerá del cambio de hábito y de la correcta separación de los residuos en el hogar y de un sistema capaz de retornar a sistema productivo la mayor cantidad de materias primas. Ese desafío enfrenta Buenos Aires y su gente.

Pero al desafío que tienen gobiernos y ciudadanos se debe sumar el de grandes generadores y productores. Se debe avanzar, sin más demoras, en una necesaria ley de envases y volver a poner a debate el proyecto de ley sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, frenado por intereses del sector. Entre otros, estos proyectos, que deben tener alcance nacional, son una base indispensable para iniciar el cambio en nuestra economía de los materiales. El cambio cultural que se ha iniciado y se promueve en los ciudadanos debe ser el inicio del abandono de esa vieja locura del paradigma de “úselo y tírelo”.Cambiar nuestra relación con los residuos es cambiar nuestro vínculo con los recursos naturales, en un contexto global en el que tal cambio es el imperativo de la época.

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