Se viene una nueva COP (Conferencia de las Partes de la Convención del Clima) como todos los años desde hace ya tres décadas. Parece un ritual repetido de cada final de año, el combo COP, Navidad, Año Nuevo. El ritual se inicia con las clásicas preguntas tipo: “che, ¿va a pasar algo en la COP? Nada, ¿no?”. Luego, dos semanas después, los titulares de las noticias dirán “cierra la COP en un clima de fracaso” o “con pocos resultados terminó esta madrugada la COP”.
Parte de todo eso es verdad, pero sólo una parte. Es mucho más lo que sucede, de manera trabajosa, sin espectacularidad y que permite ir construyendo ladrillo a ladrillo una política climática global; uniendo partes disímiles, muchas veces enemistadas y competidoras; uniendo mínimos comunes para zanjar diferencias, crear confianza y para tomar decisiones radicales y conflictivas en un contexto global siempre complejo y explosivo.
Pero bueno, seguiremos contando un poco de lo que no pasa y lo que avanza, reivindicando las negociaciones internacionales como único camino posible para ponernos de acuerdo en el modo de enfrentar el mayor desafío ambiental, económico y civilizatorio que tenemos por delante durante este siglo.
Quiero rescatar en este apunte inicial un texto que escribí hace más de 10 años, lo hice en relación a la COP18 que se realizó en Doha en 2012, probablemente era entonces el período más difícil de las negociaciones climáticas. Cuando el Acuerdo de París apenas comenzaba a diseñarse y se sabía que alcanzarlo demandaría todavía unos años más.
Luego seguiré con algunos apuntes de lo que viene.
Lo que sigue es aquella nota de Doha 2012:
Este texto pretende ser, en cierto modo, disruptivo.
He escrito bastante aquí sobre el progresivo deterioro de las reuniones internacionales en torno al clima, el inexorable agravamiento de la crisis climática global y, al mismo tiempo, la reducción apremiante del tiempo disponible para actuar.
También he señalado, en los días previos al inicio de la COPO18, en Doha, el comienzo de un repetido rito anual que arranca con los esperados informes acerca del estado del clima y las emisiones globales publicados por parte de diversas organizaciones internacionales y agencias multilaterales. Todo ese cúmulo informativo sirve para nutrir las notas periodísticas que dan cuenta del inicio de una nueva cumbre (una nueva COP), para luego dar paso a las notas que vuelven a hacer la crónica sobre los difíciles progresos esperables en las reuniones en curso. Así, se llega entonces, hacia el final de la COP, pasadas dos semanas, al agónico relato de las interminables negociaciones de último momento. Luego viene la noche en vela de los negociadores del viernes al sábado y… finalmente la larga secuencia de comunicados y notas dando cuenta del fracaso, la falta de ambición y ausencia de liderazgo.
Cumplido así el ritual climático anual, ya podemos festejar la navidad y el año nuevo”.
Cuando finalizó Doha mi evaluación fue que el peor escenario se evitó y que se debe evaluar un poco más positivamente sus resultados. No tanto por lo que dichos resultados significan en sí mismos sino por el escenario que se abre ahora.

Doha nos abre un panorama que no tuvimos luego de Copenhague (2009), ni en Cancún (2010) ni Durban (2011). Insisto, la situación es pésima desde una perspectiva de la acción climática concreta, pero tenemos ahora una posibilidad de acción política más real y que, a su vez, eludió el peor resultado que hubiera sido quedarnos sin un acuerdo global y sin institucionalidad post 2012.
Doha no fue un fracaso. Lo digo desafiando el discurso fácil y automático que nos sale repitiendo lo del minúsculo resultado y que sólo ha sido más de lo mismo.
Al finalizar la reunión publiqué aquí inmediatamente la comunicación oficial con sus resultados. Allí se pueden ver sintetizados los acuerdos alcanzados en la COP18. Veamos algunos:
Tenemos Protocolo de Kioto por 8 años (2013-2020)
El PK es el único acuerdo global legalmente vinculante que existe con metas de mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero. Tal instrumento, con su sistema de verificación, contabilidad y transparencia se preservó. No tenerlo sería estar en el peor de los escenarios y sería la renuncia total a cualquier tipo de negociación climática multilateral. Ver “Rio+20 y algo de lo que se viene”.
En su primer período de compromiso, el que acaba de finalizar, el PK aspiraba a una reducción del 5,1% de las emisiones de los países industrializados (Anexo I) respecto del año 1990. Para este segundo período, los países Anexo I deberán estar un 18% por debajo de sus emisiones de 1990.
A pesar del aumento porcentual, el 18% de reducción está muy por debajo del 25%-40% que deberían realizar los países industrializados para encaminar las emisiones acordes a la meta de mantener la suba de la temperatura global en menos de los 2°C. El 5% acordado en 1997 también era poco. Este 18% es también poca cosa, pero los países Anexo I se han comprometido a mejorar esa meta de aquí al 2014. Allí hay una enorme tarea para hacer. Las sociedades de cada uno de los países Anexo I, y del resto del mundo también, deberemos lograr una notable mejora en tales metas. El piso está y tienen que mejorarlo.
Ahora, no todos los Anexo I han quedado dentro del PK.
Estados Unidos nunca se integró. La verdad que le salió demasiado barato no adherir al Protocolo de Kioto. La comunidad internacional no tomó las debidas represalias económicas y políticas que una decisión así merecería. ¿No hay ahora una nueva oportunidad para exigir a Estados Unidos un cambio de actitud?
Canadá ya había anunciado su renuncia al Protocolo de Kioto en el 2011. Ahora también han anunciado su no participación Rusia, Japón y Nueva Zelanda. El documento con la enmienda al Protocolo de Kioto es una prueba contundente de estos infames comportamientos. Puede leerse en español aquí.
Es decir, la ausencia de los países que acabo de mencionar, demuestra que no es lo mismo ser parte del PK que no serlo. Y esto es así por más que la meta del 18% parezca poca cosa. Todavía hay países que no están convencidos en ser parte de una meta común de reducción, cualquier fuera esta. ¿Qué vamos a hacer con ellos? Doha nos deja el interrogante. La respuesta está en la política internacional de nuestros países.
Es decir, la continuidad del Protocolo de Kioto ha dividido al mundo industrializado en dos grandes grupos. Los que han accedido a ser parte de su segundo período de compromiso y quienes no.
Entre los que permanecen dentro del PK se encuentran los miembros de la UE y Australia, que son grandes emisores, los demás países tienen menor relevancia en materia de emisiones. La medida de esta situación es que entre los que quedaron dentro del PK suman apenas el 10% de las emisiones globales.
Dentro de estos países hubo fuertes discusiones acerca del uso del “hot air” de los países ex miembros de la Unión Soviética. Son las reducciones de emisión que se sabía les sobrarían dada la debacle industrial que sufrieron a comienzos de los 90. Un grupo importante de países dentro del PK ya han firmado que no harán uso de esos “créditos” mentirosos en el próximo período.
La UE y Australia deberán ajustar sus metas de reducción para hacerlas más ambiciosas. Pero si no existe una demanda firme y concreta sobre Estados Unidos, Canadá, Rusia, Japón y Nueva Zelanda, de nada servirá exigirles a los miembros del PK por mayores metas de reducción. Esta es la primera tarea que nos deja Doha para los próximos años.
Al mismo tiempo que el segundo período del PK se pone en marcha, la negociación para un nuevo acuerdo global que lo reemplace a partir de 2020 deberá concluir en el 2015. Habrá que ver cómo contribuirán a dicho proceso el conjunto de países que hoy son grandes emisores y no forman parte del Anexo I del PK. Entre ellos China, India, Sudáfrica y otros.
Para ese grupo de países llega el momento de dejar toda ambigüedad: o comienzan a jugar como lo hicieron quienes optaron por permanecer dentro del PK o van a jugar con los que prefieren que no existan reglas internacionales. No puede utilizarse ya más la coartada de la intransigencia de Estados Unidos para justificar la inacción generalizada.
En un segundo nivel dentro de los países no industrializados (no Anexo I) vienen países como la Argentina. ¿Qué haremos?
Dos cosas quedan ahora sobre la mesa para la Argentina:
+ Desde la COP16 está pendiente la explicitación de los que se llama “Medidas de mitigación apropiadas para cada país (NAMA)”. Estas son metas de mitigación adoptadas voluntariamente para contribuir mientras se negocia el nuevo acuerdo climático.
+ La propia definición del rol para nuestro país en un acuerdo post 2020.
La primera tarea, la adopción de una meta nacional, es impostergable. Argentina está dentro del grupo de países “en desarrollo” que se espera haga una contribución. Esto es así por nuestro nivel de emisiones y nuestro nivel de desarrollo.
Esta contribución pudo demorarse hasta hoy en espera de un resultado o señal como la que ha dado Doha, la subsistencia del PK, y al no haberse producido una debacle generalizada.
¿Dónde estará Argentina en los próximos años? ¿Seremos parte de los que huyen o confluiremos a un acuerdo global post kioto?
Estos son los desafíos y la tarea que queda ahora sobre la mesa post-Doha para la Argentina.
Quiero dar un ejemplo. República Dominicana presentó en Doha una meta del 25% de reducción (NAMA) de sus emisiones respecto del nivel de 2010 para el año 2030. Afronta ese compromiso sin poner condiciones.
Ese ejemplo muestra lo que no estamos haciendo. El resultado de Doha no nos da excusas.
Luego, volveré a escribir algunas líneas tratando de mostrar por qué tenemos altas chances de que todo se irá al diablo. Pero me parece oportuno tomar unos minutos y hacer el ejercicio de evaluar aquello por lo que “Doha no fue un fracaso”.
Post COP18 tenemos ahora un mapa internacional con jugadores dentro de unas reglas de juego comunes y otros, explícitamente, fuera de todo acuerdo.
En lo que Argentina concierne, tenemos 3 años, hasta el 2015, hasta el final del mandato de Cristina Kirchner, para jugar seriamente algún papel. No hacer nada, como hasta ahora, es jugar para los peores.
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