Hace unas semanas se publicó en La Nación una columna de Sergio Berensztein titulada “Sobre la naturaleza y la durabilidad de los acuerdos exitosos”, que está enfocada en las dificultades para sostener los acuerdos políticos en Argentina. No me voy a referir al foco de esa nota sino a un párrafo en el que se hace mención a los acuerdos climáticos y sus dificultades de implementación. Me parece interesante tomar ese párrafo para señalar algunos errores bastante comunes, y hacer también una valoración del calibre de estos acuerdos.
Berensztein dice: “los Acuerdos de Tokio (sic) y de París no lograron ningún efecto para detener el avance del cambio climático. La mera existencia del acuerdo no implica de manera automática su éxito”. Si bien se podría dar por cierta esta aseveración, con la que coincido en su sentido amplio, me sirve para hacer algunas consideraciones que me parecen oportunas.
En primer lugar, el Protocolo de Kioto (no Tokio) se adoptó en 1997 y tuvo un período de vigencia hasta el 2010. Es frecuente decir que el mismo fue un fracaso y esto es una verdad a medias, o por lo menos es un trazo grueso que no permite ver con claridad qué fue lo que no anduvo. Ese acuerdo adoptó un objetivo de reducción de emisiones de un 5% para el conjunto de países desarrollados, los países Anexo I para la Convención. ¿Se logró ese objetivo? Sí, la reducción alcanzada para 2010 (como promedio entre 2008-2012) fue del 22%! Es decir, el Protocolo de Kioto funcionó muy bien en su objetivo central. Además, estructuró los tres mecanismos de mercado de carbono que el Protocolo preveía. Me parece muy importante hacer justicia con la enorme cantidad de gente que trabajó para que ese acuerdo se alcanzara y para que funcionara.
¿Cuál fue el fracaso de Kioto? El Protocolo no convenció a muchos países, entre ellos Estados Unidos, por su lógica de asignación de obligaciones. Por esta razón hubo rebeldías, países que no lo ratificaron y países que se salieron del mismo. El fracaso es que ese Protocolo, que fue concebido como un pequeño primer paso, no pudo generar su continuidad o un Kioto II. Ese fue el infortunio que se produjo en el año 2009 en la COP15 en Copenhague. Kioto y su lógica debían quedar atrás. Las negociaciones debían encaminarse hacia otras formas de asignación de responsabilidades.
De ese fracaso, y a partir de otro formato de compromisos, se llega recién en 2015 al Acuerdo de París en la COP21. Ahora pasaron 5 años y no podemos decir que el Acuerdo no haya tenido efecto alguno. Estamos en pleno proceso y se debe destacar que haber adoptado una meta climática de 1,5°C y 2°C es un paso de enorme importancia política.
Por supuesto que uno puede coincidir en que todo ha sido un fracaso, dicho así groseramente, ya que las emisiones globales no paran de crecer. Pero cuando uno pone la lupa en el detalle puede ver que las tendencias no son homogéneas y existen señales alentadoras y que permiten pensar que perfectamente podría modificarse la tendencia general. Por supuesto que venimos fracasando globalmente y la demora en la acción nos lleva a estar hoy con el agua al cuello. La expresión de Berenztein no es errada en este sentido general.
Ahora bien, quiero también destacar algo que para mí hace a estos acuerdos de una naturaleza muy diferente a otros acuerdos globales o acuerdos políticos. Si percibimos la dimensión de lo que tratan podrán entenderse mucho mejor las dificultades que deben sortear. No es justificar la demora, es comprender la naturaleza del problema que se intenta resolver.
Debemos ser conscientes acerca de qué estamos hablando cuando discutimos sobre el Acuerdo de París y sus metas climáticas. Dicho de un modo brutal y sin eufemismos: se trata ni más ni menos de que los países acepten que deben destruir sus economías e inventarse una nueva, y hacerlo en plazos perentorios. Podemos dibujarla semánticamente de un modo u otro, pero se trata de salir de una sociedad y una economía basada en la lógica y el sustento de los combustibles fósiles y pasar a otra completamente diferente. No es sencillo, no está exento de tensiones ni es una buena noticia para muchísima gente.
Los países han ido a la guerra por unos pocos kilómetros de tierra o por cuestiones muy menores a lo que hoy estamos poniendo en discusión. Imaginemos entonces las tensiones que subyacen por debajo de la superficie de las reuniones. El Acuerdo de París es un intento de hacer virtuosa esta “deconstrucción” del mundo fósil hacia uno renovable. Son 175 países que pierden y ganan de manera desigual y que deben realizar este proceso cuando la mayoría de ellos aún no logró superar siquiera los clásicos problemas de pobreza y desigualdad. No esperemos que sea sencillo y no supongamos que sólo se trata de ponerse de acuerdo en una reunión de delegados. Es una tarea mucho más pesada y políticamente más compleja que la que implica cualquier otro acuerdo.
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