No es perfecto. Es una herramienta. Así se puede resumir la reacción que hubo tras el ahora llamado Acuerdo de París, check que culminó tras dos semanas de tensas negociaciones para tratar de frenar el cambio climático a “mucho menos de 2 grados”. Uno de los primeros en señalar que no se trataba de un tratado ideal, fue el propio presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, quien articuló una compleja diplomacia detrás de escena con China y la India, que fue abriendo camino a lo que ocurrió el sábado en Le Bourget, donde se celebró la COP 21.
“Este acuerdo representa la mejor oportunidad que tenemos de salvar al único planeta que tenemos”, indicó en Obama en la Casa Blanca. “No es perfecto. El problema no se soluciona por este acuerdo”, señaló. En otras palabras, sin medidas que permitan reducir emisiones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, entre otros, la capacidad de la atmósfera de retener el calor del sol no se verá debilitada por este acuerdo.
El papa Francisco, que levantando teléfonos desde el Vaticano fue otro gran gestor de lo ocurrido en Le Bourget, recordó con sabiduría que no había que “olvidar a los más vulnerables”. Justamente, este punto acaso tal vez sea uno de los más débiles del Acuerdo de París. Sin embargo, no quiere decir que todo esté perdido. Habrá una nueva COP -como se conoce a las conversaciones climáticas que se celebran en el marco de la ONU- en Marrakesh el año que viene. Y también hay otros instrumentos -como la OMC- que podrían servir como vía para instrumentar mecanismo de defensa para los más pobres e indefensos por la virulencia creciente de los eventos climáticos, producto del calentamiento global.
Mucho se ha remarcado aquí sobre la nueva economía baja en carbono y de ello habló también el enviado a la cumbre del nuevo gobierno argentino, Juan Carlos Villalonga, que se subió al vagón de la COP justo sobre el momento decisivo y final. Hablando en el plenario, luego de que Laurent Fabius, que articuló magistralmente el proceso, anunciara el éxito del acuerdo, el diputado reveló que la Argentina revisará el compromiso climático que presentó en octubre pasado, que había sido catalogado como uno de los peores de todo el mundo. “Argentina ha emprendido un camino de desarrollo con objetivos muy ambiciosos, tales como la erradicación de la pobreza y ello nos exigirá dinamizar nuestra economía y generar empleos de miles de personas. La firma del Acuerdo de París, refuerza la oportunidad de que esta nueva fase de desarrollo baja en emisiones sea compatible con la lucha contra el cambio climático”, indicó Villalonga. “Argentina se compromete a realizar todos los esfuerzos necesarios para cumplir este nuevo acuerdo”, agregó.
Muy interesante fue la observación de la ciencia. Desde el Tyndall Centre for Climate Change, un instituto inglés respetado mundialmente en esta materia, dijeron: “Los recortes de emisiones prometidos por los países son aún insuficientes, pero este acuerdo envía un mensaje a los negocios, inversores y ciudades que los combustibles fósiles pertenecen al pasado”.
En el Acuerdo de París, sin embargo, está conspicuamente ausente la palabra “fósiles”, así como también el concepto “energías renovables”. Después de todo, este es un tratado universal, operado por consenso. Tuvieron que adoptarlo desde Arabia Saudita a las Islas Marshall, que son las dos caras contrapuestas de esta batalla por la descarbonización de las economías y la atmósfera. Por eso, en muchos de sus puntos contiene lenguaje mucho menos potente que el deseado. El documento recién se abrirá a la firma de los presidentes en abril de 2016. El Acuerdo compromete a los países desarrollados a aportar fondos por 100 mil millones de dólares anuales, que deberán ser escalados a partir del 2020, para ayudar a los más débiles a enfrentar la transición tecnológica así como ayudarlos a enfrentar las catástrofes climáticas.
Fuente: Clarín
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