En una entrada previa hice una breve descripción del G20 y de su enorme responsabilidad en relación a la política climática global. Quiero ahora continuar profundizando esa línea para luego particularizar la situación argentina dentro de ese colectivo.
Más allá de la buena noticia que constituye que el G20 haya dado muestras de compromiso con el Acuerdo de París, no debemos perder de vista que el actual proceso de ratificación del Acuerdo es de muy alto valor político, pero no constituye compromisos cuantificados para estos países. El Acuerdo, en sí mismo, no establece metas cuantificadas para ningún país. Lo que los países han propuesto hasta ahora son metas voluntarias individuales para que sean revisadas en el marco del Acuerdo. El marco de referencia para dicha revisión es la meta climática de los 2°C:
“Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático” (Art.2, Acuerdo de París).
Lo cierto es que hasta ahora, la casi totalidad de las metas presentadas voluntariamente por los países son insuficientes. Algunas, ridículamente insuficientes. Tal es así, que en la propia Decisión por la que se adoptó el Acuerdo, en la COP21, se reconoce la brecha existente entre lo presentado hasta ese momento por los países y los recortes de emisiones necesarios para estar dentro del rango del objetivo climático propuesto:
16. Toma nota del informe de síntesis sobre el efecto agregado de las contribuciones previstas determinadas a nivel nacional comunicadas por las Partes hasta el 1 de octubre de 2015, publicado con la signatura FCCC/CP/2015/7;17. Observa con preocupación que los niveles estimados de las emisiones agregadas de gases de efecto invernadero en 2025 y 2030 resultantes de las contribuciones previstas determinadas a nivel nacional no son compatibles con los escenarios de 2 ºC de menor costo sino que conducen a un nivel proyectado de 55 gigatoneladas en 2030, y observa también que, para mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales, mediante una reducción de las emisiones a 40 gigatoneladas, o por debajo de 1,5 ºC con respecto a los niveles preindustriales, mediante una reducción de las emisiones a un nivel que se definirá en el informe especial mencionado en el párrafo 21 infra, se requerirá un esfuerzo de reducción de las emisiones mucho mayor que el que suponen las contribuciones previstas determinadas a nivel nacional; (Decisión 1/CP.21, Aprobación del Acuerdo de París)
En 2018 se realizará un nuevo “conteo” del efecto agregado de las contribuciones o recorte de emisiones comprometidas a partir de las NDCs (Nationally Determined Contributions) que se hayan presentado/actualizado hasta ese momento. Todo indica que allí se tendrá nuevamente una “brecha” no muy diferente a la que hoy tenemos. Por lo tanto, el debate será entonces cómo y quiénes tienen responsabilidad en “cerrar la brecha” con nuevas metas más rigurosas. Esta es la razón por la que en los próximos 3 años la cuestión se pondrá extremadamente “caliente” en términos políticos. Este es el mecanismo del Acuerdo, una revisión global periódica y luego sucesivos ajustes “voluntarios” de las metas por parte de cada uno de los países. Obviamente, la comunidad internacional observará con particular celo a los países miembros del G20.
Lo que China, Estados Unidos o Argentina plantearon hasta ahora es tan sólo una primera aproximación. Lejos de lo adecuado, por cierto. Durante los años previos al 2020, asistiremos a un intenso debate climático, una negociación de altísimo voltaje político y económico..
Una primera muestra del escrutinio al que será sometido el G20 es el trabajo que viene realizando el “Climate Transparency”. Esta organización publicó este mes su nuevo informe sobre la política climática de los países del G20, titulado “Brown to Green. Assessing the G20 transition to a low-carbon economy”.
Una rápida evaluación del G20 indica que es hoy responsable del 75% de las emisiones globales y sus emisiones provenientes de la actividad energética han venido creciendo de manera sostenida, subiendo un 56% en el período 1990-2013.

El gráfico anterior muestra también algunas señales alentadoras, como que el crecimiento del PBI no fue seguido de manera lineal por la suba de las emisiones. Comenzaría así a desacoplarse la economía de las emisiones de CO2.
Ahora, más allá del peso global del G20, algo nada novedoso por cierto, lo que el análisis del Climate Transparency aporta también es una evaluación pormenorizada de las políticas climáticas domésticas de cada país. De ese análisis surge el siguiente gráfico de síntesis:



Sin entrar en demasiados detalles, quiero destacar la situación expuesta en la que ha quedado Argentina. La contribución argentina o INDC (Intended Nationally Determined Contriibution) presentada en octubre de 2015 es calificada de “inadecuada” (de hecho, se la ubica en el extremo más bajo de esa calificación) por debajo de los compromisos presentados por los otros dos representantes de la región: Brasil y México (calificados como de nivel “intermedio”). Para elaborar los perfiles de cada país, el Climate Transparency trabajó con información y análisis provistos por otras organizaciones, para la evaluación de las INDCs toma el análisis realizado por el Climate Action Tracker.
Ningún país del G20 alcanza siquiera al rango de “Suficiente”, que sería el nivel de compromiso mínimo que se condice con las responsabilidades de ese país y con la meta de 2°C (ni siquiera se analiza el 1,5°C).
El informe dimensiona el tamaño de la brecha que hoy el G20 tendría entre sus compromisos y la trayectoria de emisiones que serían compatibles con los 2°C.
Las reducciones comprometidas hasta ahora (INDCs) sólo permitirían al 2030 reducir tan sólo un 15% del total necesario para estar en la trayectoria de los 2°C; en el 2025 sólo un 8% de las reduccines necesarias y para el 2020 un 6%.

La diferencia a cubrir es inmensa, una brecha de 20GtC en el 2030. Como puede observarse, los compromisos de reducción de emisiones del G20 apenas cubren un 15% de la reducción necesaria para permanecer en la trayectoria de los 2°C. Si hablamos de 1,5°C la situación es mucho peor. A lo largo de este blog hay varias estimaciones similares sobre la dimensión de la brecha de emisiones, aquí una de ellas.
Argentina, como miembro del G20, está obligada a mostrar vocación de contribuir, pertenece a un grupo de países del que se espera liderazgo y compromiso con el Acuerdo de París. El mundo espera del G20 decisiones a la altura de las circunstancias, que no sólo suponen políticas de mitigación únicamente, sino también, transferencia de recursos financieros de unos 100.000 millones de dólares al año.
Aumentar la ambición, es decir aumentar la meta de reducción de emisiones respecto de los hasta ahora presentado, es difícil, muy difícil. Pero no hay opción y de eso se trata el Acuerdo de París. Todo el G20 deberá hacerlo. Argentina, a su medida, también.
Luego continúo con la contribución que se esperará que haga Argentina.
Cali
Todavía no hay comentarios.